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Channel: El Lado Frío De Mi Almohada | Lectura Inquieta
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Y las montañas hablaron.

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Hola a tod@s!

Hace varias semanas, paseando tranquilamente por mi librería de cabecera, me fijé en un libro que no había visto antes en la sección de novedades. No habría reparado en él si no hubiera leído el nombre del autor en el centro de la portada, casi tan grande como el título: se trataba de la última obra de Khaled Hosseini titulada Y las montañas hablaron. No soy una persona fetichista en esto de los autores literarios; claro que tengo unos pocos favoritos a los que siempre recurro en busca de buenas historias, pero el escritor suele ser casi siempre en lo último en lo que me fijo cuando decido iniciar una nueva lectura. Sin embargo, en este caso reconozco que pesó más la pluma que escribía esta novela que el relato en sí: mi experiencia previa con el autor gracias a la sorprendente Mil soles espléndidos fue tan positiva que me apetecía muchísimo repetir con él. 


Todo empieza en una pequeña y pobre aldea de Afganistán: vemos a un padre que le cuenta una hermosa y triste historia a dos niños pequeños, hermanos, que se quieren con locura... Y, de repente, se atraviesa la vida de por medio: viajamos a través del tiempo y el espacio para conocer qué pasó con Pari y Abdulá (los niños en cuestión) a través de la versión de su historia que aportan personas que compartieron algo con ellos, directa o indirectamente... Aunque, en el fondo, más que la historia de Pari y Abdulá,  Hosseini ha querido retratar la historia de un país, Afganisitán, asediado por la guerra, la pobreza y la desolación desde hace varias décadas, haciéndonos ver que sus habitantes, no son meros números dentro de una terrible estadística sino víctimas de unas circunstancias históricas y políticas que les son ajenas, pero que sufren en carne propia.


Aparecen multitud de personajes en esta novela, aportando cada uno de ellos un hilo diferente al tapiz que Hosseini ha decidido elaborar: si bien el comienzo del libro está marcado por un acontecimiento trascendente que separará a Abdulá y a Pari, atormentando a su humilde familia, el relato dará paso a otros caracteres más o menos relacionados con el impactante suceso, gracias a los cuales iremos desentrañando la historia central y conociendo varias tramas paralelas, que diversificarán la narración. Así será como conoceremos a la rica familia Wahdati, formada por Nila, una excéntrica poetisa insatisfecha y Suleimán, un melancólico caballero de extrañas costumbres, que nos acercarán a la forma de vida de los ricos en un país extremadamente pobre, comprobando que las preocupaciones de este sector de la sociedad no tienen nada que ver con las de sus desfavorecidos conciudadanos.  También asistiremos a las vidas de otros personajes ajenos al núcleo duro de la historia, como algunos familiares y vecinos de los niños protagonistas, varios afganos residentes en EE.UU,  colaboradores internacionales que prestan ayuda humanitaria en Afganistán para volver finalmente a Pari y Abdulá en su versión adulta, que intentarán recuperar el tiempo perdido. Todo ello hace de este libro una historia circular e interconectada, llena de luces y sombras que buscan emocionar y conmocionar al lector. 


El estilo de Hosseini es muy elegante y pulcro: la ambientación es exquisita, trasladándonos tanto a Afganistán como a otros muchos sitios que menciona (Grecia, Francia, EE. UU...) de una manera viva, palpable. La narración está muy cuidada: el autor sabe perfectamente cómo trenzar un relato sólido entre varios personajes, muchos sin relación aparente entre sí y hacer que se mantenga la coherencia con el tema de fondo. Hosseini crea microhistorias dentro de la novela, con principio y final, y estas quedan bien encajadas en la trama, sin que cierta dispersión temática nos distraiga del argumento central. El libro se divide en varios capítulos que por norma general están titulados con el nombre de la estación y el año en el que transcurre la acción, situándonos cronológicamente. Esto favorece que nos mantengamos ubicados en el tiempo y que podamos observar, no sólo la evolución de los personajes, sino la del propio país protagonista en un rango de alrededor de 60 años, que son los que abarca la historia. Son  tantos los cambios que se dan en esa zona del mundo que me parecen muy acertados esos apuntes temporales, aunque aviso que no son correlativos, sino que adelantan y retroceden en el tiempo a voluntad del autor. 


Cuando comencé a leer Y las montañas hablaron me sentí completamente cómplice de la historia: una buena prosa y unos personajes carismáticos me parecieron suficientes para caer rendida, otra vez, ante la narrativa de Hosseini. Pero, mediado el libro, me empecé a dar cuenta de que no me estaba gustando tanto como yo creía o esperaba: la narración era buena y la estructura original, pero no todos los personajes estaban a la altura del planteamiento inicial. Cada vez me importaba menos lo que pasaba, qué nueva pieza del rompecabezas me encontraba en el camino y acabé la lectura con un sabor agridulce: objetivamente creo que es una buena novela, pero inconscientemente no pude dejar de compararla con Mil soles espléndidos y echar de menos más pasión y fuerza en sus personajes, que quizás era lo que yo necesitaba en ese momento. No quiero decir que éstos estén mal conformados: en muchos de ellos hay un impoluto trabajo psicológico a varios niveles, otorgándoles gran profundidad, pero esa magna labor no se extiende a todos los caracteres, haciendo que el equilibrio de esta historia tan volcada hacia la parte más humana de la misma se tambalee cual mesa con una pata coja. En definitiva, Y las montañas hablaron es una bonita historia de amor, sacrificio y medias verdades a la que le falta un punto de vigor constante en el relato que combine con su estructura deconstruida. Se agradece, eso sí, la perspectiva múltiple y el esfuerzo innovador para contar una historia, de por sí, algo trillada. Nota: 6´5/10.

“Lo resumiré en una sola palabra: guerra. Mejor dicho, guerras, grandes y pequeñas, justas e injustas, guerras protagonizadas por supuestos héroes y villanos cuyos roles eran intercambiables, y en las que cada nuevo héroe venía a confirmar que más vale malo conocido que bueno por conocer. Los nombres iban cambiando, al igual que los rostros, y a todos maldigo por siempre jamás por los bombardeos, los misiles, las minas terrestres, los francotiradores, las contiendas mezquinas, las matanzas, las violaciones y los saqueos. Pero basta ya. La tarea es tan ingrata como inabarcable. Ya me tocó vivir aquellos tiempos, y no tengo intención de revivirlos en estas páginas más allá de lo estrictamente necesario.” 

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